Como un volcán, debido al fuerte calor en las entrañas de la tierra, eran expulsados, de rato en rato, kilos de desperdicios, que en el momento se constituían en el banquete de los cerdos que criaban los pobladores de Dos de Mayo.
Los habitantes de Dos de Mayo, ubicado en la margen izquierda del río Rímac, vivían en chozas sin agua ni luz. Habían llegado de lugares como Piura, Ayacucho y Apurímac con el sueño de que en la capital se encontraba el progreso.
Entre enfermedades como la sarna y sífilis, sobrevivían criando chanchos, a los que después vendían en los mercados de la capital.
Los niños se convertían a veces en el almuerzo de las ratas, que les devoraban las orejas o la nariz.
Mientras que en un rincón de Lima, los pobres se encontraban olvidados, a miles de kilómetros de distancia, en Francia, un joven de ojos color cielo se consagraba como sacerdote de la orden religiosa Misioneros Redentoristas.
Ese hombre delgado y de piel tan blanca como los nevados arequipeños estaba enamorado del Perú sin conocerlo.
La pregunta de su superior de elegir entre estudiar un curso de moral o participar en las misiones en Sudamérica fue sin saber el momento en que ambas historias se unirían: Pablo Potraín Müler y Dos de Mayo jamás se separarían.
El amor por los más necesitados
Pablo nació, el 14 de setiembre de 1941 en Francia, en una provincia muy pobre. Sus padres fueron Manuel Potraín y Celestina Müler. Sus ganas de trabajar por los que nada tienen las heredó de su progenitor, un ex militar que vivió desde muy joven en una iglesia católica debido a que era perseguido por el ejército alemán.
Su amor por los pobres hizo que no le importara que la Congregación de los Misioneros Redentoristas en Lima decidiera separarlo años después, por no obedecer la orden de irse a otros lugares a predicar: no debía echar raíces.
El Reverendo Padre Pablo Potraín llegó a Lima el 27 de noviembre de 1937. Sus superiores lo enviaron a Ayacucho y después a otros departamentos del país. Hasta que diecinueve años más tarde, formando parte de la Gran Misión de Lima, llegó a Dos de Mayo.
Construyendo un lugar de vida en Dos de Mayo
Pablo Potraín sabía que la misión no iba a ser fácil. El terreno sobre el que vivía la gente tenía como base hasta 3 metros de altura de basura. Además, las personas no estaban acostumbradas a practicar la vida cristiana.
A pesar de haber comunicado casa por casa la celebración de la misa, los únicos que lo escucharon, debajo de una improvisada y barata carpa, fueron una señora y su perro.
La misión, que empezó en febrero de 1956, necesitó cada vez de la ayuda de más personas: se convocó a jóvenes catequistas de los sectores más pobres de esa gigantesca Lima.
Benyamick, verdadero nombre de pila del R. P. Pablo, quería construir una parroquia en su comunidad, mas los escasos recursos no le impidieron cumplir su sueño: no se rindió y decidió concursar en el programa televisivo del recordado Pablo De Madalengoytia.
Si se cumplían las cinco tareas del juego, el concursante podía pedir que le concedieran cualquier deseo. El Padre junto a un grupo de jóvenes misioneros logró realizar sólo tres actividades.
Pablo De Madalengoytia le preguntó, frente a cámaras, el porqué quería ganar el concurso. Benyamick dijo que su sueño era construir una iglesia en el pueblo joven de Dos de Mayo.
Después de algunos días, eran descargados en el espacio, que actualmente recibe el nombre de La Cotera, toneladas de materiales para la construcción del templo.
En 1996, en reconocimiento a su destacada labor social, la Universidad de Piura le otorgó el Premio Campodónico. Con el dinero en efectivo que recibió decidió ampliar la parroquia de su comunidad y, además, ayudó a algunos jóvenes que querían estudiar fuera.
Uniendo sendas
Los padres Misioneros Redentoristas estaban realizando la Gran Misión de Lima y necesitaban gente que los apoyaran en su trabajo pastoral. Entonces convocaron a jóvenes de diversos distritos de Lima, mas las únicas que asistieron fueron seis jóvenes señoritas.
Entre ellas se encontraba una joven muchacha de profundos ojos negros, llamada Irene Eliot Gamarra. Sin saberlo estaba a punto de unir su vida a la del pueblo joven Dos de Mayo.
Era 1956 y se encontraba en el punto de partida de la labor que le robó su juventud y también la del R. P. Pablo.
Estas muchachas llegaban demasiado tarde a sus casas, situación que era muy mal vista en la sociedad recatada de aquellos años, por ello el Padre decidió alquilar una casa para que vivieran juntas.
La falta de recursos fue la principal razón para que algunas optaran por retirarse, pues a veces no tenían donde dormir ni comer y debían ir de comunidad en comunidad. Cenaban en Chosica y dormían en el Cercado.
Sólo Irene Eliot Gamarra y Anita Soprani decidieron quedarse y algún tiempo después tomaron los hábitos: pasaron a ser parte de la Congregación de las Hermanas Misioneras del Perpetuo Socorro.
La Hermana Irene Eliot Gamarra, desde ese momento, decidió que su vida estaba junto a los más pobres. Junto al R. P. empezaron la lucha que aún no acaba para ella.
Recuerdos de una lucha que aún no acaba
Sus ojos del color de una noche estrellada observan fijamente a la Virgen del Perpetuo Socorro, que se encuentra en su despacho, y luego de unos minutos comenta que ya no bastaban una ni dos horas de su tiempo, era necesario dar toda su vida.
«Nosotros llegamos cuando esto era una chacra. Dos de Mayo no se parece en nada al que conocimos», dice la Hermana Irene Eliot Gamarra, mientras su mirada se pierde entre los recuerdos.
Nació en el Rímac, el 3 de junio de 1926, era catequista cuando conoció al R. P. Pablo Potraín Müller. Luego de acompañarlo, junto a la Hermana Anita Soprani, a diversos asentamientos humanos, se dio cuenta que ese era su camino: trabajar junto a los más necesitados.
Aunque ya no recuerda el nombre de sus progenitores, ni el de ningún otro familiar, dice que sus padres se molestaban, pues llegaba demasiado tarde a su casa.
«Tenía solamente 15 años, era seglar. Mis papás se molestaban, porque salía antes de las 5 de la mañana y llegaba después de la 10 de la noche. Todos los días visitábamos diferentes asentamientos humanos. Un día llegamos aquí, el R. P. Pablo Potrain, la Hermana Anita Soprani y yo, y nos dimos cuenta que no podíamos irnos sin ayudar a esas familias que vivían en paupérrimas condiciones», afirma, mientras el viento de la tarde, que ingresa por una de las ventanas, permite que el pañuelo negro que lleva en la cabeza se eleve y muestre el paso de los años.
La vida de Irene Eliot no fue fácil. Cuando sólo tenía escasos 6 años, perdió a su progenitor Javier Eliot, un abogado que viajaba mucho, y, 23 primaveras más tarde, falleció su madre la señora Victoria Gamarra.
La Hermana decidió pertenecer en 1956 a la Congregación de las Hermanas Misioneras del Perpetuo Socorro. Esta comunidad, que fue fundada por el R. P. Pablo Potrain Müller y la Hermana Anita Soprani, actualmente se encuentra integrada por cuatro religiosas con votos perpetuos (Irene Eliot, Anita Soprani, Carmen Carrasco e Ivonne Caminada) y dos novicias.
A parte de los tres votos obligatorios que realizan, existe un cuarto, que es el de renuncia a la familia. Al parecer, debido a ello perdió todo contacto con sus hermanos (Aurora, Carlos y Guillermo) y sobrinos que vivían en el Rímac.
«Junto al R. P. Pablo y las hermanas Anita Soprani y Ana Potrain, quien había renunciado a su congregación Las hijas del Santísimo Redentor en Francia, empezamos a luchar por esta comunidad», sostiene la Hermana Irene.
Comenta, además, que Ana Potraín fue llamada por sus hermanos (los RR. PP. Pablo y Gerardo Potraín) para curar a niños y adultos enfermos, ya que, en ese tiempo, ese lugar no contaba con ninguna posta médica.
Luego se abrió un policlínico que atiende hasta el día de hoy. La consulta era gratuita hasta que después de algunos años las donaciones empezaron a disminuir y tuvieron que cobrar 4 soles, precio que no varía desde 1990.
La Hermana Irene recuerda que para trabajar organizadamente, hicieron unas fichas en las que se consignaban los datos necesarios para poder identificar la situación en la que se encontraba cada familia.
Luego de recogida la información se dieron cuenta que en la mayoría de los matrimonios trabajaban el hombre y la mujer, por lo cual dejaban a sus niños encerrados en sus casas la mayor parte del día.
Estos pequeños se encontraban expuestos a una serie de peligros, ya que no contaban con la supervisión de un adulto: el joven Padre decidió entonces que era necesaria una cuna guardería. Su fundación oficial fue el 1 de abril de 1970.
A este lugar llegaban, a partir de las 7: 30 de la mañana, niños en edades desde los 15 días de nacidos hasta los 8 años. Eran atendidos por la Hermana Irene Eliot y cuatro señoritas que vivían también en Dos de Mayo.
Eliot Gamarra dice que gracias a esas fichas también descubrieron que habían jóvenes que necesitaban educación superior y para ayudarlos pidieron algunas donaciones a los familiares franceses del Padre Pablo.
«Pudimos ayudar a muchos jóvenes, habían algunos que querían estudiar educación y otros enfermería. Ellos también trabajaban con nosotros, pues enseñaban en la cuna - guardería», recuerda Eliot, mientras apoya el mentón sobre la mano derecha.
La Hermana Irene, cuyos pasos son cada vez más débiles debido a la acción del tiempo, afirma que no habían tampoco colegios, por ello cedieron una parte del terreno de la iglesia para construir un centro educativo.
Antes la única forma de llegar a Dos de Mayo era caminando, por ello las maestras a veces no podían venir a enseñar. La Hermana Irene y las demás religiosas debían reemplazarlas, teniendo que dictar clase en dos colegios.
Eliot cuenta también que lograron abrir la cooperativa El Hogar, la cual prestaba tres veces el sueldo que percibía un trabajador. Gracias a estos préstamos, muchas personas lograron construir sus viviendas. En este lugar, también podían adquirirse artefactos o víveres.
La Línea 49 también fue una de las que solicitó los servicios de la cooperativa para poder comprar una flota de autos, lo cual permitió que las personas, que vivían en ese asentamiento humano se desplazasen con mayor facilidad.
En una pequeña habitación, del tamaño de dos cabinas públicas de teléfono, se brindaba asesoría legal gratuita a las personas de escasos recursos económicos. El Dr. Stricker, abogado alemán, venía a pedido del Padre a apoyar a la comunidad.
La Hermana dice que los años pasaron y su misión fue creciendo, y que trabajaron mucho (el R. P. Pablo Potrain, las Hermanas, los padres de familia, etc.) para lograr cambiar la condición de vida en la que se encontraban muchas familias en 1956.
«Seguiremos trabajando por esta comunidad, aún me quedan fuerzas, con la ayuda de Dios podremos seguir caminando».Aunque el alzheimer y su vida son como el ave carroñera y la presa que en cualquier instante puede ser atrapada, Irene Eliot no se rinde y teniendo como arma su sonrisa inmensa como el mar, no permite que le arrebaten sus recuerdos.
1 comentario:
Bueno esta historia si la conosco ..ps vivo en esta comunidad redentorista , solo quiero saber quien la publico . ps me parece muy buena la idea de difundir el trabajo delpadre pablo y las hermanas misioneras ..saludos
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